‘Del jardí del darrera, no sé per què en dèiem l’hort, creixia majestuosa una figuera. Al peu d’aquesta figuera, s’hi amuntegaven pedres que devien haver sobrat de la construcció del monument, maons vells, deixalles d’obres que s’havien fet a la casa i que l’avi guardava, perquè, deia, algun dia podrien servir’. (Mercè Rodoreda, veïna del Farró)
Les Mont-rogenques ha ido surgiendo de acompañar a los personajes de Mercè Rodoreda, que recorren las calles del Farró, resonando una manera de vivir desaparecida, hecha de pequeños jardines con la higuera y el granado, las glicinas, los rosales enrejados, las hortensias plantadas en cubos de madera; tejados con torreones y barandillas adornadas con geranios; comedores con lámparas de hierro llenas de flores y dragones, y acabados con el fleco rojo de pasamanería; la puerta de cristal, con vidrios de mil colores, que da paso al jardín posterior. Casas donde las relaciones entre los vecinos eran, para bien y también para mal, como las de una gran familia.
El proyecto quiere revivir y recuperar esas esencias perdidas de la vida cotidiana del barrio. Pero lejos de querer convertirse en un espacio museístico, Les Mont-rogenques es un juego de salas flexibles interconectadas, que permiten crear espacios para vivir de diferentes maneras y fácilmente adaptables, sin usos preestablecidos ni jerárquicos. Eso sí, cada uno con una idiosincrasia propia, que proviene de las texturas, los colores, la luz y los diferentes testimonios que hemos ido encontrando bajo los distintos estratos históricos de la casa y que conviven armónicamente con los nuevos habitantes.
“La gran estancia estaba en el primer piso de la torre donde las dos profesoras vivían con su madre y un hermano. La sala era muy grande y tenía muchas ventanas. Al lado, tan grande como la sala, estaba la sala de los abrigos y encima de los abrigos, una fila de ganchos donde colgábamos los cojines para hacer encajes. Al fondo de esta sala había una puerta que daba a una galería cubierta y a un lado los baños. A mí me gustaba ir allí para poder quedarme un rato en la galería con la nariz pegada a los cristales mirando torres y jardines.”
(Mercè Rodoreda, vecina del Farró)